Aún cayendo en desuso, la frase “lágrimas de cocodrilo” para indicar aflicción fingida es ciertamente contemporánea.
Su origen se remonta a tiempos indocumentados, en los que alguien observó que los cocodrilos lloraban sobre los cuerpos de sus víctimas al devorarlas, costumbre que se le antojó hipócrita.
Así comenzó un período de milenios de mala fama para los cocodrilos, que tuvieron que esperar al surgimiento de las ciencias para poner fin al cuestionamiento de su altura moral.
Sucede que los cocodrilos, aún si no puede decirse que lloren, sí están equipados para producir lágrimas a fin mantener húmedos los ojos cuando están fuera del agua. Curiosamente, sus lacrimales están situados en la proximidad inmediata de sus glándulas salivales, de manera que al masticar estimulan inevitablemente la producción de ambas sustancias.
Lloran sobre lo que comen, pero no pueden evitarlo. No los cocodrilos, al menos.