así decimos

cuentos cortos del lenguaje

Desvaríos argumentales

El lenguaje argumental está lleno de estructuras clásicas, empleadas en debates hace siglos. Algunas se han hecho camino al lenguaje corriente.

Entre éstas, sin embargo, hay frases impostoras que aparentan racionalismo sin un ápice de sentido e infiltran las discusiones cotidianas.

El huevo o la gallina

¿Qué vino primero, el huevo o la gallina?. La pregunta se esgrime a modo retórico, para dejar flotando un ¿quién puede saber?.

Este autor pretende contestar la pregunta, que no tiene nada misterioso: vino primero el huevo.

Es cuestión de creerle a Darwin. No hace falta una gallina para dar a nacer otra: si así fuera, no habría evolución. Una proto-gallina, involución de su pariente moderno, puso un huevo del que nació una gallina.

El árbol que cae en soledad

¿Si un árbol cae en soledad en medio del bosque, hace ruido?.

Este especímen es más astuto que el anterior. En lugar de un punto ciego lógico, tiene un truco lingüístico.

Sí, y no. Depende de la definición de ruido. Si hablamos de vibraciones en el aire dentro de ciertas frecuencias, . Si hablamos de una percepción subjetiva en el cerebro animal, no.

El uso de la ambigüedad es interesante. Me atrevo a dejar un ejemplo más complejo de tarea:

Si un buen rato es mejor que nada, y nada es mejor que ser eternamente feliz, un buen rato es mejor que ser eternamente feliz.

¿Dónde está el problema?

La excepción que confirma la regla

Este es un favorito del castellano, y un acérrimo enemigo personal de quien escribe. He estado al borde de perder la paciencia al hallarme de frente con esta frase.

Es difícil demostrar su invalidez, porque es evidente. No tiene sentido: la excepción es justamente el campo en donde no aplica la regla. ¿De dónde viene semejante confusión?

La frase original, en latín, es exceptio probat regulam in casibus non exceptis: “la excepción prueba la regla en casos no excepcionales”_.

Es un principio jurídico romano. Significa, por ejemplo, que una ley que reza “está prohibido comer torta el domingo” implica que la torta es implícitamente legal de lunes a sábado.

Aparentemente, alguien se tomó la libertad de omitir la segunda mitad de la frase. Así quedó para la posteridad.

“Lágrimas de cocodrilo”

Aún cayendo en desuso, la frase “lágrimas de cocodrilo” para indicar aflicción fingida es ciertamente contemporánea.

Su origen se remonta a tiempos indocumentados, en los que alguien observó que los cocodrilos lloraban sobre los cuerpos de sus víctimas al devorarlas, costumbre que se le antojó hipócrita.

Así comenzó un período de milenios de mala fama para los cocodrilos, que tuvieron que esperar al surgimiento de las ciencias para poner fin al cuestionamiento de su altura moral.

Sucede que los cocodrilos, aún si no puede decirse que lloren, sí están equipados para producir lágrimas a fin mantener húmedos los ojos cuando están fuera del agua. Curiosamente, sus lacrimales están situados en la proximidad inmediata de sus glándulas salivales, de manera que al masticar estimulan inevitablemente la producción de ambas sustancias.

Lloran sobre lo que comen, pero no pueden evitarlo. No los cocodrilos, al menos.

“Tocayo”

Llamamos tocayos a quienes tienen el mismo nombre. Formalmente, “tocayo” es sinónimo de “homónimo”, valga el trabalenguas.

La palabra tiene su origen en el ritual romano de nupcias, en donde la mujer, al asumir el apellido del marido, pronunciaba la frase “ubi tu Cayo, ibi ego Caya”: “donde seas Cayo, seré yo Caya”.

El tiempo contrajo la expresión ceremonial a “tocayo”.

“Echar el muerto”

Uno de los principios penales más intuitivos al paladar moderno es el de responsabilidad individual. En pocas palabras, una persona es inculpable por (y sólo por) sus propios actos. Es uno de los fundamentos del derecho romano, que tiene hoy carácter internacional.

Por supuesto, no siempre lo tuvo.

En el derecho germánico medieval existía el concepto de responsabilidad colectiva. En la eventualidad de que un crímen que no pudiese ser atribuído a un autor en particular, la familia o comunidad cargaba con la culpa y las multas asociadas.

En línea con esta filosofía, el homicisium era una sanción económica impartida a los habitantes de un pueblo por el hallazgo del cadáver de un hombre presuntamente asesinado en las cercanías de la aldea.

Este autor desconoce si tal medida fue efectiva para la prevención del homicidio, pero puede dar fé de la astucia de las comunidades medievales, que para evitar la multa mantenían el hallazgo en confidencia y trasladaban por la noche el cadáver a los linderos de un pueblo vecino.

En resumidas cuentas, le echaban el muerto a otro.

“Estar en babia”

El reino de León, hoy una provincia de España, fue la cuna de una de las primeras cortes de Europa.

Los reyes leoneses, responsables como sólo lo eran los gobernantes de antaño, tenían por costumbre abandonar el inquieto ambiente nobiliario en pos de una pacífica temporada de tardes de caza y contemplación de paisajes.

Cuentan que el destino turístico preferido por la realeza era la comarca de Babia, una región de campos vírgenes y fauna abudante en el noroeste de la península Ibérica.

Sucedía entonces que, si alguien se presentaba en la corte para solicitar una audiencia con los monarcas durante su ausencia, era prontamente informado que los reyes estaban en Babia.

“Perdido como turco en la neblina”

Ninguno de mis amigos es turco, pero nunca me dieron a entender que los turcos fueran particularmente propensos a desorientarse. ¿Un tailandés en la neblina no está tan perdido como un turco? ¿Un australiano? ¿La niebla es especialmente espesa en Turquía?

Sucede que, originalmente, la frase no hablaba de ningún turco sino de una turca. “Con una turca en la neblina”, se decía, y aunque no parezca esto tiene mucho más sentido.

En tiempos ya bien pasados, allá en España, al vino puro se lo llamaba (en un giro humorístico que hoy sería visto de reojo) vino turco. Al no estar rebajado con agua, no estaba bautizado. Acompañando la expresión, una borrachera se apodaba cariñosamente una turca.

En otras palabras, la expresión significa borracho en la niebla.

“Tirar la casa por la ventana”

Difícil es recoger una casa del suelo, mucho más tirarla por la ventana. Tendría que ser la ventana de otra casa, como mínimo. Aún si la casa fuese suficientemente pequeña y la ventana suficientemente grande, ¿de ahí a derrochar dinero? Parece una metáfora rebuscada.

Curiosamente, no tiene nada de metafórico.

En 1763, Carlos III trajo a España una idea italiana: la lotería nacional. Con ella, instauró inadvertidamente una costumbre de lo más llamativa. Los ganadores de la lotería, en señal de festejo y anuncio indiscreto de su nueva fortuna, arrojaban por la ventana los muebles de la casa. Así como suena.

Más de doscientos años después, la frase sigue asociada en el subconciente colectivo a la idea de malgastar.

En un giro aún más sorpresivo, esta tradición se perdió en España (y nunca llegó a Argentina), pero dio media vuelta y se mantiene aún hoy en algunas regiones meridionales de Italia.

“Quedar en pampa y la vía”

Quedar en pampa y la vía significa hallarse sin dinero y a merced del viento. ¿Qué? Sí. En palabras criollas, nada que ver con nada.

El lector argentino reconocerá esta frase como de forja nacional. Más precisamente, la expresión se originó en la ciudad de Buenos Aires, en la calle La Pampa al 1500, cerca del año 1857.

En 1857 abrió en Buenos Aires el hipódromo porteño. Además de las atracciones provistas por las carreras y el juego, ofrecía a sus visitantes un viaje gratis en tranvía desde y hacia la estación de tren más cercana. Ésta quedaba sobre la calle La Pampa, en donde las vías del Ferrocarril Belgrano interrumpen aún hoy el tránsito.

Los jugadores desmedidos que dejaban ir hasta el último centavo en una apuesta perdedora, al terminar la jornada de carreras, podían tomar el tranvía pero quedaban luego varados sin poder pagar un tren que los llevara de vuelta a casa.

Sin dinero, se encontraban estancados en Pampa y la vía.